lunes, 21 de septiembre de 2009

Demostraciones empíricas de ayer y hoy



Hoy vengo dispuesto a ser muy crítico; a eso y a hablar de la relación que existe entre un niño pequeño, el tiempo y la palabra puto. En un principio puede parecer que estas tres realidades, una física -el niño pequeño- y dos conceptuales -el tiempo y la palabra puto- no tienen nada que ver. Pero una tarde de estudio y unos niños armando jaleo en el patio de un bloque de vecinos dan para mucho más de lo que se pueda pensar, y hace un par de tardes, a falta de la concentración -y las narices, por no decir huevos, que quiero empezar a hablar bien- necesaria para llevar a cabo dicha labor, y con los ruidos de los "angelitos" de fondo armando escándalo, desarrollé toda una teoría sobre la estrecha y cercana relación que existe entre, como digo, estos tres términos.

Me explico.

El cerebro es muy listo, sí señó, y posee un mecanismo complejo capaz de transformar una realidad aparentemente objetiva dentro del fuero interno -o lo que viene siendo el yo de cada uno- en cuestión de minutos de manera alucinante. ¿Y qué quiero decir con esto?

Me vuelvo a explicar.

Cojamos a un niño pequeño. Realidad = niño. Lo vemos. El cerebro empieza a maquinar. Primer pensamiento que nos puede o podría venir a la cabeza: Ay, qué cosita más linda -léase con tono meloso, por favor-. La "cosita" nos puede llegar a parecer tan sumamente linda que llegamos a articular sonidos extraños, faltos y carentes de significado y sentido. Por ejemplo: pu, pu, puuuu. Auuuu, auuuuu. Iuuuuuuuuuuuuh. Angooooooo, angooooooooo. Tatatatatata. Ni sujeto ni predicado. Sucesión de sonidos ilógicos.

Pero aquí llega el quid de la cuestión. El tiempo comienza a pasar. El niño empieza a hacer ruidos. Que si buaaaa, que si esto, que si lo otro... Y si el niño tiene una edad en que ya habla, dice palabras y grita, peor todavía. Es entonces cuando empieza el proceso mental de transformación de la realidad del que os he hablado. Es entonces cuando Ay, qué cosita más linda empieza a transformarse hasta llegar a ser... Pero no quiero adelantar acontecimientos, porque he elaborado un complejo gráfico que intenta detallar milimétricamente dicha metamorfosis. Es un esquema que refleja el proceso mental tal cual, según el tiempo, sean segundos o minutos, va pasando. Imagine el lector que llegan a su casa unos invitados que ya han procreado, y, por lo tanto, tienen un niño pequeño.

N. de la R: el nivel de irritación es mayor cuanto mayor sea el número de hijos procreados; esto es, a más hijos de invitados, más irritación.

Pues bien. El gráfico mental del anfitrión -o persona que estudia con ventana con miras al patio, que es caso que me ocupó la otra tarde- es el siguiente:

Segundo cero: Ay, qué cosita más linda. Si es que es pa comérselo. Mira cómo corre. A la criatura le gusta gritar, ¿eh? Que no se suba ahí. ¡Que no se suba a ahí! Joé, si parece que está hueco. ¿De dónde saca esos pulmones? El niño este ya me está poniendo nervioso. ¿Sus padres no le han educado o qué? Verás. Veeeeeeeerás. ¡¡¡Verás con el niño!!! Uy, como se acerque ahí... ¡¡¡uy, como lo toque!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡PUTO NIÑO...!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Demostrado. Al final siempre acaba apareciendo la palabra puto cuando se trata de un niño. Sé que hay amantes de los niños, los comprendo. Bueno, los respeto más que nada; comprenderlos no los comprendo mucho, igual que a los amantes de los perros (pero eso es una historia ya contada). Aunque ante todo y sobre todo, LOS ADMIRO, porque hay que tener nervios de acero y un auto-control sobre el estrés personal que yo, lo siento, pero no lo tengo.

Amigos/as del mundo. Dejad de procrear ya, hombre, que no puedo estudiar tranquilo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

este me lo lite, que bueno es.. que bien escribes, y pobres niños inocentes...
pero que jodidos son a veces eh...

sara :D